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Orientación al corebusiness

Orientación al corebusiness, zapatero a tus zapatos

Artículo original de José Antonio Ferreira, «Orientación al corebusiness, zapatero a tus zapatos», publicado en La Región el domingo 23 de septiembre de 2018.

Es cierto que por desgracia en nuestro país los emprendedores son una rara avis. Según las estadísticas de los últimos años, más del 80% de los jóvenes en España cuando terminan sus estudios prefieren sacarse una oposición para ser funcionarios públicos o, en menor medida, ponerse a trabajar para una gran compañía, que dicho sea de paso, a la larga supone lo mismo.

La búsqueda de un salario fijo y estable supone un acicate frente a la inseguridad, la incertidumbre y la soledad del emprendimiento.

Sin entrar en demasiados detalles, existen otros países en el mundo que no viene al caso enumerar, donde este porcentaje da la vuelta y donde un 80% de los jóvenes manifiestan textualmente “querer ser los dueños de su propio futuro”, es decir, están dispuestos a asumir el riesgo que supone emprender en países donde además no te lo ponen muy fácil.

A mí particularmente esta última afirmación me pone, como dijo aquel, “la gallina de piel”. Con mayor o menor éxito, yo pertenezco a la casta del riesgo y la incertidumbre, sazonada con ‘sentidiño’ común y una dosis abundante de prudencia.


El ADN del emprendedor y sus males.

Si nos centramos en el 20% de la población que quiere ser dueña de su propio futuro, existe el mal endémico de creer que el negocio de los demás es más fácil que el propio, sin duda fruto de la ignorancia y el desconocimiento de las actividades mercantiles del vecino.

En cuanto un pequeño empresario con sangre emprendedora comienza a tener un cierto grado de éxito, en muchos casos, su cabeza, que jamás descansa, le hace elucubrar nuevos negocios potenciales en sectores que desconoce, que no domina y sobre todo se salen de su ‘corebusiness’.

Meterse en camisas de once varas o en cenagales que se desconocen lleva consigo un alto riesgo de fracaso, pero además consigue también dos cosas: descentrar al empresario de su negocio principal absorbiéndole su tiempo y, sin duda, el desvío de recursos económicos hacia esa nueva o nuevas actividades que no se dominan.

No cabe duda de que tiempo y dinero son el tesoro más preciado de cualquier emprendedor y es necesario que se le dé el valor real que tienen.

Diferencia entre estar ilusionado y ser un iluso.

Hace ya unos cuantos años, un famoso y exitoso empresario gallego, a la vista de la diversificación de negocios que padecí hace tiempo, me dijo: “Oye Ferreira, ¿tú no te dedicabas a la tecnología? ¿Tú sabes algo de este otro sector?”. Ante mi respuesta negativa a esa pregunta, aseveró aplicándome la famosa frase de Manolete: “Si no sabes de eso, para qué te metes. Zapatero a tus zapatos”.

Os garantizo que tenía toda la razón del mundo, y aunque en el momento seguí tirando para delante haciendo oídos sordos a la sabia recomendación, con los años me di cuenta de que tenía toda la razón -consecuencia probablemente de una experiencia propia- y de que yo me había equivocado.

No dudéis de que el no haberle hecho caso en aquel momento me costó sangre, sudor y lágrimas, y no pasa un solo día sin que piense en ello y maldiga en el buen sentido mi cerrazón.

En mi opinión, y sin menoscabar la ilusión emprendedora, existe una línea muy delgada entre estar ilusionado y ser un iluso, y eso en el mundo de la empresa se paga con el fracaso, y ya sabemos cómo se trata en nuestra tierra a las víctimas de los fracasos.

Debemos ser conscientes de nuestras limitaciones, que como seres humanos sin lugar a duda tenemos. La capacidad de focalizar es una enorme virtud que se puede ver mermada por nuestra inquietud y también por el ecosistema empresarial que nos rodea.

El cementerio empresarial está poblado de empresarios mesiánicos, diversificadores e irreflexivos, que seguramente con buenas intenciones fracasaron cuando, llevados por una catarsis emprendedora, no escucharon la voz de aquel empresario y amigo que hablando con buena intención y sabiduría me susurró a modo de Pepito Grillo en mi selectiva oreja: “Zapatero a tus zapatos”.